Nada es inerte en la ensoñación cósmica,
ni el mundo ni el soñador;
todo vive una vida secreta, donde todo habla sinceramente.
El poeta escucha y repite. La voz del poeta es una voz del mundo.
Gastón Bachelard, Poética de la ensoñación.

El balbuceo de un bebé es algo así como el despegue de un ave luego de sentir el viento, en este caso, el lenguaje. El pequeño va aprendiendo a formalizar su comunicación a través de la palabra, más tarde, podrá descomponerla en sílabas y letras, aprenderá el abecedario, la ortografía y la gramática, tal vez hasta la redacción, antes de eso, sin embargo, ya ha aprendido la pragmática: sabe que basta señalar con el dedo alguna cosa para pedir al otro que le acerque tal objeto, que puede llorar para protestar, pero también para solicitar algo o para comunicar algún dolor o incomodidad. Aprende pues, las reglas formales y cotidianas del uso de la lengua. Pero, ¿cómo nace la poesía? Nadie puede decirlo a ciencia cierta, se puede hablar de las técnicas, de los estilos y de las corrientes que la atraviesan, pero estos son elementos necesarios, mas no suficientes para que la poesía acontezca. Algo parecido sucede con el movimiento y la danza. Desde muy chicos se nos ha enseñado cómo y cuándo movernos en relación al lugar donde estemos, a nuestro género, a nuestra complexión, a nuestra capacidad y demás aspectos: en el salón de clases, sentados y escuchando, moviendo sobre todo las manos para escribir o para pedir la participación; en la fábrica el movimiento va en función de la manipulación de ciertas máquinas y procedimientos; las costureras mueven sobre todo, y a menudo por horas, sólo sus manos, que son seguidas de sus pupilas agotadas; y así muchas de las actividades que ejercemos.

Existen, además, disciplinas que formalizan y especializan el movimiento para determinados fines: artísticos, militares o deportivos, por ejemplo. La danza es una de ellas. La danza clásica y gran parte de la contemporánea producen el movimiento a partir de la técnica. El bailarín educa su cuerpo, lo disciplina, lo entrena, incluso lo moldea; el coreógrafo se vale del vocabulario técnico y hace con él la poesía antedicha, crea algo nuevo a partir de lo ya dado; el bailarín, una vez que ha mecanizado la coreografía, añade entonces su interpretación y emoción de forma plena. En ambas actividades se abre un espacio para el goce, pues el coreógrafo ha tomado los movimientos preestablecidos (pas de bourrée, pas de chat, kick ball change, chassé, etc.) y ha diseñado con ellos una secuencia nunca antes vista, se ha emocionado creándola y se ha congraciado al verla ejecutada y realizada; el bailarín, por su parte. es atraído por alguna fuerza que excede a la técnica y que hace nacer dentro de él la danza; el espectador, a su vez, se afecta del movimiento que, poco a poco, se le va adentrando por los ojos. A este fenómeno, en su conjunto, le llamamos belleza.

El butoh, por otro lado, crea la técnica, el movimiento y la danza a partir del goce, o mejor dicho, nos vuelve evidente que incluso las danzas antes mencionadas también lo hacen, aunque piensen lo contrario. En el butoh no hay una división entre el espacio dancístico y el espacio libre de danza, antes bien, todo espacio es susceptible de ser danzado. Es el mundo quien se crea a sí mismo a través de la danza, puesto que no hay representación, sino acontecimiento. Lo mismo sucede con el ballet o el jazz, porque aunque crean que están representando algo del mundo (una coreografía, un personaje, un sentimiento, una época), en realidad el mundo es creado cuando emerge su danza, dicho con otras palabras, el mundo es y aumenta su existencia porque algo nuevo se ha creado: un movimiento determinado, un sentimiento que no habíamos experimentado, un recuerdo, etc. Nuevas cosas nacen y cohabitan con nosotros. La danza butoh viene entonces y nos sopla esto al oído, como rescatando algo que estamos a punto de olvidar.

La técnica nace de la escucha, de un estar abierto a lo que nos rodea: montañas, ríos, piedras, estrellas, personas, animales, asfalto, etc. Se observa el movimiento que hay en estos elementos, no con pasividad, sino siendo participes de ellos, dejándonos afectar por su sutileza o fortaleza, por su lentitud o por su rapidez, por su intención o su textura. Una vez que hemos escuchado y participado del movimiento en el que siempre estamos inmersos – aunque no nos demos cuenta de ello- devolvemos, entonces, un movimiento nuevo a partir del que hemos sentido. Así, un gesto puede transformarse en un paso de baile o en una puesta en escena. Tal vez todo esto pueda parecer confuso, pero dudo mucho que el pass de chat (movimiento de gato) no se haya inspirado en el movimiento felino por más que, al verlo, no logremos saber por qué y, a decir verdad, no es necesario encontrar una correspondencia fiel, pues, como hemos dicho, la danza, como todo arte, no es un espejo del mundo, sino la creación de éste.

Improvisación, Taller cuerpo expandido, impartido por Teresa Carlos y Aura Arreola

jazz
Coreografía: Mercedes Vaughan; Música: Ghost town, Adam Lambert